Protototipado y Cosmopolítica

Investigación e intervención multidisciplinaria en diseño y sociedad


Etnografía: La primera vista


Subí las escaleras con particular familiaridad e ingreso después de quince años sin pisar el zoológico. Todo lo que vi cuando niña estaba prácticamente igual. En la curiosa sensación de estar visitando un lugar que me parece tan propio e inmutable, encuentro la razón de la falta de atención que le he dedicado a este lugar por más de una década. Las impresiones de infancia no se olvidan. Recordaba con toda claridad que había dos jirafas en aquel lugar, ahora la familia había crecido. ¿Y los papiones? Están ahí, tan ruidosos como siempre, apropiándose osadamente de cada rincón del escenario de Mad Max al que llaman hogar. El mismo árbol, la misma malla manteniéndome protegida del torbellino asolador de sus apéndices afiladas, creo que tienen una casa nueva. Bien por ellos.

Caminé un poco y llegué a un recinto que no tiene presencia en mi memoria. La habitación de los Pan troglodytes me resulta extraña. Sin reja, sin malla y sin una guarida a la vista. Frente al vidrio una tribuna protegida del sol santiaguino nos invita a entrar en un estado diferente, invitando a ser solidario con el bienestar de los animales a través del resguardo del silencio. A pesar de la petición, la configuración del espacio no me resulta particularmente favorecedora para responder al llamado. Mirándolos desde mi tarima al otro lado del cristal me parecen criaturas lejanas, casi muñecos animados cuya presencia se me haría imperceptible de no ser por los afiches, esculturas y fotografías que se encuentran en el lugar y han preparado aquel encuentro con las más espectaculares expectativas. Pero no soy solo yo, cada uno ha prescindido de la presencia del otro, no me miran. Recuerdo cuando era diferente y los animales interesadamente miraban a sus visitantes para recibir las frutas y el maní que les solían arrojar. Con el filtro de sílice en medio, esto cambió, eliminando el poder del incentivo para hacer “bailar al monito”. En mis memorias viven dos chimpancés gordos y oscuros que a pesar de encontrarse viviendo juntos no parecían muy íntimos. Los animales que aparecen frente a mis ojos siguen siendo dos pero no pueden ser los mismos. En mi cabeza se agolpan muchas preguntas que jamás descubriré por mi misma si me quedo inmóvil en aquel zaguán.

Me rodean un par de espectadores y pienso en preguntarles. Sin ver la luz, rápidamente esta idea se extingue cuando oigo a la pareja junto a mi decir: “que feo el gorila, me gusta más cuando les dejan la cola”. Desconcertada ante tal declaración me doy cuenta de que quienes vienen en búsqueda de un espectáculo no son los más indicados para dar respuesta a las interrogantes que llevo a cuestas. Afortunadamente el hecho de que mi presencia allí fuese advertida por la administración propició la presentación de Fernando y Gabriel, los guardafauna, de quienes pude obtener mis primeras certezas.

Mis recuerdos son confirmados gracias a Fernando. Desde hace mucho que en el zoológico viven dos chimpancés, pero esto no significa que hayan sido siempre los mismos. Los que yo ví hace tantos años fueron Toto y Judy, de los cuales solo la segunda, con unos cuantos kilos de menos, se encuentra aún frente a mi. Ella gracias al cuidado y la gran cantidad de tiempo que lleva aquí tiene una buena relación con los guardafaunas. Toto, que en otros tiempos fue como un hermano para Judy ha cedido su lugar a Gombe, un adolescente llegado de tierras trasandinas. Fernando me comenta como Gombe, al parecer, pasó una infancia complicada, habiendo sido apartado de su manada por su propio padre. Debido la soledad de Judy y a la peliaguda situación familiar de Gombe, se decidió comenzar a realizar el procedimiento para juntar a los dos ejemplares, gestionando la venida de Gombe desde Argentina. Ahora, habiendo pasado varios años desde el arreglo, ambos integran una dinámica familiar parecida a una relación entre tía y sobrino, donde las personalidades de ambos chocan constantemente.

Los miramos durante un tiempo, Gabriel los señala y nombra. Sin embargo para mi estas etiquetas no tienen mucho sentido, no puedo diferenciarlos. De forma pedagógica él intenta transmitirme aquellas diferencias físicas que le parecen evidentes. A sus ojos todo parece tan claro. Se supone que Judy es una hembra madura aún en edad fértil y Gombe un macho juvenil. Mi intuición me dice que con estos datos Fernando espera que logre reconocerlos, lo cual a mi tambien me hace sentido, haciendo que me sienta aún más frustrada ante mi falta de habilidad que solo momentáneamente logra diferenciar a los animales al verlos juntos y comprobar que uno es más pequeño que el otro. Luego de unos minutos en que nos encontramos parados junto al vidrio comienzo a sentir incomodidad por mi propia presencia en aquel lugar, encontrándome atrapada en un plano liminal que no me permite afirmar mi cercanía o mi lejanía respecto a lo que estoy observando: los míseros diez metros entre yo y ellos parecen insalvables.

Fernando dice que sería bueno que me conocieran. Él, al igual que todos los guardafaunas que trabajan en el zoológico metropolitano, está interesado en ayudar a los animales, trabajando activamente para aportar lo que haga falta. Me doy cuenta de que me toman por alguien que puede ayudar a enriquecer el ambiente de los chimpancés a través del aporte de conocimiento, conocimiento que en cambio yo solo creo poder encontrar en los mismos guardafaunas, quienes de entrada me han probado ser los indicados para comprender la forma en que los chimpancés habitan una institución que, en volátiles espacios de intimidad, rebasa la definición que la modernidad ha impuesto sobre ella.

De una voz severa pero amistosa recibo mis órdenes: “Entrarás en silencio y de forma muy lenta. Se que no es el lugar más lindo del mundo y puede parecer tosco, pero la verdad es que es así por seguridad, tanto para nosotros como para ellos. No los mires a los ojos, agáchate a su altura, mira el suelo y muestra respeto, en un solo segundo te pueden sacar un dedo, intelectualmente son como un niño de tres años, pero con la fuerza de ocho hombres”. Al traspasar el portón mi sangre se heló, el entorno me recordaba a una fábrica más que a un lugar de atracciones y el sonido producido por los animales no me ayudaba a mantener la calma. Tras una inspección inicial los guardafaunas me dicen que todo se encuentra en orden y podía acercarme. Recibí aquella invitación como la más amarga de las sorpresas, no esperaba poder o tener que enfrentarme cara a cara con el animal. A pesar de mi miedo y la incomodidad que me producía estar en cuclillas me acerque sin levantar la mirada, temía el peor de los finales y sin embargo de una forma tan natural ella, Judy saco su dedo a través de los barrotes y tocó mi mano. Esta tal vez no fue la primera vez que había tocado a un animal, pero ciertamente fue la primera vez que estuve conciente de que un animal me toco a mi.

Recién ahí, dentro de una habitación a la que ningún extraño puede acceder, creo haber encontrado lo que hasta momentos atrás solo el papel respalda. El pensamiento científico occidental ha encerrado a los humanos y a los animales en esferas impermeables, las que a lo sumo pueden tocarse cuando los primeros quieren hacer uso de los segundos, viendo reducida cualquier relación entre ambos estamentos a una dinámica que identifica dominador y dominado. La tradición científica occidental tras el zoológico, la que quizá es una de las instituciones más representativas del colonialismo moderno no es capaz de explicar lo que allí pude experimentar. Me sorprendió saber y constatar que, al igual que nosotros, Judy y Gombe disfrutan de las películas animadas y la música en ellas, exigiendo a los guardafaunas una cartelera muy ajustada a sus gustos.

De forma humilde he de reconocer que lo que para mi fue un descubrimiento, para quienes trabajan allí no era más que algo común. La habitación es el lugar de la comunión interespecie, un escenario decorado con motivos parvularios y variada utilería donde se monta una obra de seres que duermen, juegan, cuidan y son cuidados. Estas acciones, de manera innegable, pero usualmente invisibles para la mirada científica moderna, cuestionan la pretensión de objetividad con la cual se ha dividido la existencia biológica. Con el debido permiso pude entrar a un lugar constantemente atacado por la opinión pública, la que asume cosas que no puede asegurar y que se deja llevar por criticas desencarnadas, desconociendo a quienes a diario entregan como a uno de sus hijos los cuidados que requieren los animales.

Finalizada mi primera experiencia cercana veo a Fernando tomar su mosquetón repleto de llaves y cerrar atentamente cada uno de los portones, haciendo que nos acerquemos progresivamente al sendero que es parte del recorrido público. Una vez fuera del seno de la intimidad me alzo nuevamente desde la tarima; veo a Judy y a Gombe y puedo al fin distinguir a cada uno. Suena la radio y logro escuchar que el personal de mantención tiene preguntas acerca de un par de remodelaciones, Fernando responde y rápidamente se incorpora para cumplir con el requerimiento. Se despide de mí y antes de irse veo como desde el otro lado del cristal Judy y Gombe alzan sus manos y mentones para decir adios. Tras la partida de Fernando me quedo parado frente al cristal y veo como los chimpancés retoman sus personajes inalterables del tedio, fijando su mirada en las paredes, caminando en círculos, volviéndose nuevamente Pan troglodytes a los ojos de los espectadores.